Vacaciones: ¿A dónde vamos las infértiles?

Dos tipos diferentes de turismo. ¿Cuestión de gustos o discriminación?

Quizás porque en estos años, mis ojos y oídos infértiles han visto y escuchado demasiadas cosas, sé reconocer el linchamiento gratuito y lo prejuicios que se disimulan, pero flotan en el aire en innumerables ocasiones. Sé también que, a veces, el que transgrede los términos de la buena educación y el respeto, no se da cuenta de cómo hace sentir a la otra persona. Arrastrado por la marea de la aprobación mayoritaria, es incapaz de razonar y salir de la corriente de pensamiento para descubrir otras realidades.

Vivimos en una sociedad en color, con miles de matices y tonalidades diversas. Esa diversidad debería hacernos sentir especialmente orgullosos y prestos a calzarnos los zapatos de cualquier otra persona y explorar cómo las distintas opiniones sobre un mismo tema, no están exentas de un fundamento racional, tan sólo con variar el punto de vista del observador. Por muy diferentes que nos sintamos, con el diálogo por bandera, siempre encontraremos muchos más puntos de unión que de separación.

Sin embargo, algunos se afanan por reducir el color a un mundo en blanco y negro, sin ni siquiera un puñado de tonos grises intermedios. Se crea entonces la paradoja del “si no estás conmigo, estás contra mí” y si ese “mí” es una cuenta de Twitter con decenas de miles de seguidores, el linchamiento está servido en bandeja de plata.

Si además, la persona que discrepa pertenece a un colectivo minoritario, infravalorado y vilipendiado, como las personas infértiles, aquello se convierte en una merienda, donde el rico pastelito a zamparse es una de nuestras compañeras de batalla.

Como os imaginaréis, tengo en mi mente un caso concreto ocurrido esta semana pasada, donde un grupo de madres y padres trató a algunas de nuestras compañeras como si de miembros de Ku Klux Klan se tratara. Y esto no es ninguna exageración… Se llegó a comparar, con total demagogia, la defensa de la existencia de hoteles sólo para adultos, con la defensa de la segregación racial. Y confieso que me decepcionó bastante, que la cuenta que había iniciado el debate, no hiciera nada por rebajar el tono de creciente menosprecio que se estaba empleando.

Se obviaron datos importantes que, evidentemente, cuando se trata de generar polémica gratuita es necesario no mencionar… Como por ejemplo, que por cada 100 hoteles, sólo 5 tienen la etiqueta del “Sólo para Adultos”; o que cadenas como Barceló, sólo ofrecen esta posibilidad en zonas donde también disponen de establecimientos tradicionales. Tampoco se mencionó que la cadena Iberostar reconoce que «el término Adults Only es una etiqueta para definir de manera reconocible una especialización, sin que ellos suponga una prohibición a menores acompañados que quieran vivir una experiencia con nosotros». No se ofreció información sobre el coste más elevado de estos establecimientos, 596€ de media por noche para un hotel de cinco estrellas. Básicamente, son establecimientos que promueven un turismo de lujo y, habitualmente, son más caros que un hotel tradicional. Se trata de un turismo enfocado en el divertimento del adulto, y muy alejado del turismo familiar que normalmente pensamos que buscan unos padres para sus hijos.

Diría que el debate estaba servido, si se hubiera permitido el debate. Debe ser que, al no ser madre, se me escapaba algo importantísimo… y es que, parece ser que el sueño de todo niño es chapotear con sus manguitos en el SPA, meterse en el baño turco y finalizar con un buen masaje, a ser posible con oro o con vino.

A la izquierda, el Hotel Holiday Word Polinesia (Benalmádena) A la derecha, el Hotel Alay Adults Only, en la misma localidad.

Me llamó poderosísimamente la atención que, mientras nuestra compañera recibía críticas bastante duras, otras personas que argumentaban en la misma dirección no obtenían ningún tipo de comentario en contra. Curiosamente, estas últimas eran madres. ¿Por qué esa diferencia de trato si venían a expresar lo mismo?

Siento tener que decir esto, pero la respuesta está en los prejuicios. Igual que a las madres, por el hecho de serlo, se les presume que adoran a los niños y que siempre actúan en beneficio de estos, a las infértiles se nos presume exactamente todo lo contrario y unas cuantas cosas más.

Las madres son más inteligentes, más empáticas, sus sentimientos son más puros y limpios y sus ideas son siempre verdades absolutas. Es llegar al paritorio y abrirte de patas y, con el pack niño, te viene todo lo demás. Así, sin pagar ni nada…

Esto no es exclusivo de las redes sociales, no. En la vida real, contemplamos como, en ocasiones, personas muy queridas empiezan a hablarnos con cierta superioridad y suficiencia a raíz de alcanzar la paternidad o maternidad. Esto que, gracias al cara a cara, no es generalizado, pasa a serlo en las redes sociales, donde la fuerza del grupo y el anonimato, empujan a olvidar la razón y la humanidad con el otro.

Habitación de un hotel familiar, a la izquierda, y de un hotel Adults Only, a la derecha. Toda madre sabe que lo que realmente quiere su hijo son los espejos en el techo y una cama redonda.

Que la infertilidad sea un tabú, no ayuda ni lo más mínimo a desterrar ciertos mitos. La información sesgada, manipulada, morbosa y sensacionalista que da la prensa, tampoco colabora en acercar la infertilidad al resto de la sociedad. Películas que muestran a las mujeres infértiles como asesinas, secuestradoras de bebés, envidiosas, malas personas… generan prejuicios inconscientes que se mantienen en la mentalidad colectiva, haciendo de las infértiles, una diana constante de críticas infundadas y juicios de opinión totalmente perversos.

Una de tantas películas que contribuyó al estereotipo de la mujer estéril como una perturbada mental, asesina, robaniños… un monstruo sin alma.

Vivimos en una sociedad que trata de culpar al prójimo de los problemas que sufre. Es una forma cómoda de vivir sin tener que atender a las dificultades de los demás. Así, se extiende la teoría de que la persona infértil lo es por su propia culpa. Anulando por completo la empatía y comprensión que sentirías hacia una persona enferma. Se difunden ideas arcaicas, absolutamente alejadas de la realidad, como que la infertilidad es un problema exclusivamente de mujeres, mayoritariamente histéricas, que se autosabotean mentalmente para no ser madres o que no lo quieren con la suficiente intensidad. También, se ha expandido últimamente, la media verdad de que la infertilidad es un problema de edad. No se puede negar que es un factor importante, pero reducir así el problema de una de cada seis parejas en nuestro país, me parece un ejercicio extremo de ignorancia, simpleza y estupidez.

Con este perfecto caldo de cultivo, la mujer infértil es catalogada por muchos como menos mujer y peor persona. Una niñófoba robaniños que vive amargada y que es culpable de cualquier cosa que le pase. De esta forma, las infértiles nos escondemos para protegernos, fomentando aún más el tabú y los mitos que nos rodean.

La infertilidad es una ENFERMEDAD FÍSICA, que afecta a hombres y mujeres por igual. La ausencia de embarazo o la pérdida de los mismos, no son más que síntomas de que algo está fallando en nuestro cuerpo o en el de nuestras parejas. Encontrar ese algo, no es sólo poner solución a nuestro problema de fertilidad, sino también cuidar de nuestra salud, ya que en el camino, encontramos problemas inmunológicos, endocrinos, hematológicos… incluso, oncológicos, que eran la verdadera causa de nuestra infertilidad. Y mientras nos hacemos toda clase de pruebas, escuchamos un sinfín de juicios de valor de personas desinformadas a las que les parece mal que luchemos contra nuestra enfermedad.

Las personas infértiles no somos odiadoras de niños. Si lo fuéramos, no nos dejaríamos nuestro dinero y nuestra salud intentando formar nuestra propia familia. De hecho, los niños nos gustan mucho… pero sin que tengamos la pulsión de robarlos. Estos prejuicios que voy nombrando, son los más comunes con los que las infértiles tenemos que convivir a diario. No perdáis de vista que, en realidad, sufrimos una enfermedad física y a la vez se nos estigmatiza por ella. No sé a vosotras, pero a mí me parece muy injusto, cruel e inhumano.

Las personas infértiles nos sometemos a multitud de tratamientos, pruebas y procedimientos médicos, algunos de ellos muy dolorosos físicamente hablando. Nos inyectamos nosotras mismas diariamente multitud de hormonas y medicinas varias. Y no, no somos superheroínas… lo hacemos muertas de miedo. Nos tiemblan las manos y las piernas en cada pinchazo, hasta que por la fuerza de la costumbre y de la reiteración de los tratamientos, nos vamos acostumbrando y vamos dejando el miedo a un lado.

Tu hermana, tu prima, tu sobrino… podrían ser infértiles sin tu saberlo. La mayoría de nosotros nos escondemos y no contamos lo que nos sucede a nadie, para evitar el juicio de la sociedad. Negamos lo evidente diciendo que no queremos tener hijos o que económicamente no es el mejor momento, para esquivar las preguntas incómodas. Lo hacemos con la esperanza de que, cuando llegue nuestro embarazo, podremos salir de nuestro armario infértil. Sin embargo, lo normal en la Reproducción Asistida no es entrar por la clínica y embarazarse. Lo habitual es todo lo contrario. Años de pinchazos, operaciones, medicación… sin contar con el apoyo de nadie, hasta que un día por fín aparece la causa y se produce el milagro. Pero antes de eso, habremos sufrido el desgaste emocional de ilusionarnos con cada tratamiento y caer con cada fracaso. Probablemente, por el camino, tengamos varios abortos. Algunas de nosotras perderán sus trompas por embarazos ectópicos. Otras, tendrán que abandonar para siempre su lucha, porque un embarazo molar les provocó un cáncer y una histerectomía. Un porcentaje mayor, abandonarán porque su economía no les permitirá continuar…

No soy una odiadora de niños, pero reconozco que, los días después de mi aborto, lloraba cada vez que me cruzaba con un carrito de bebé. No odiamos al niño, ni te envidiamos a ti. Simplemente, hay momentos puntuales en los que tu niño puede traernos malos recuerdos. Sufro por mis recuerdos y mis vivencias, no por tu hijo. Y si me apetece irme unos días de vacaciones, no se me ocurre irme a un hotel familiar. Primero de todo, porque sin niños me sentiría fuera de lugar y desplazada. Es por eso que solemos buscar otro tipo de ocio donde, aunque pueda haber niños, lo habitual es encontrar parejas solas, como nosotros. Porque cuando me voy de vacaciones la idea es desconectar al máximo de la Reproducción Asistida, que por desgracia lo absorbe todo una vez que entras en ella.

Siento defraudaros, pero esta «infértil odiadora de niños» no ha ido nunca a un hotel «Adults Only». Si bien, no me parece nada mal que existan, que es de lo que hablaba nuestra compañera en su tweet.

Que haya una oferta de ocio dirigida a adultos es una cosa y que se tenga que prohibir el acceso de los niños es bastante diferente. Debería de quedar en la sensatez de los padres el saber mirar por el bienestar de sus hijos a la hora de elegir un lugar de vacaciones. Y la etiqueta de «Adults Only» no debería ser más que una recomendación o una clasificación como tipo de turismo, pero nunca una imposición.

Nada como una buena fuente de hielo, antes de la merienda. Los recreativos son para infértiles.

Entonces, ¿dónde está el debate?

Para mí, no está en los hoteles Adults Only. El problema es que una persona exprese sus gustos y se la juzgue de distinta manera en función de si es madre o no. Porque, inmediatamente, con la etiqueta de infértil, vienen los prejuicios de odiadora de niños, mala persona, perturbada mental… El problema es que hay a quien se le llena la boca con la palabra discriminación mientras la practica directamente contra quien, pensando diferente, no pertenece a su mismo grupo.

Puede que algún día sea madre o no, pero mi grupo siempre será el de la empatía y el sentido común. El mismo que me dice que cuando tenga un hijo adoraré los hoteles con toboganes y muchos colorines, y jamás se me ocurrirá llevarle a un hotel para adultos, donde seguramente se aburrirá como una ostra, en el mejor de los casos.

No hay que excluir a los niños de la sociedad, sino excluir de la sociedad los prejuicios hacia los demás. Quizás sería más fácil si nos diéramos cuenta de que, madres o no, todas somos personas y, tanto nuestras opiniones como nosotras, merecemos el mismo respeto.

P.D: El cariño de mi Infertilpandy es el mejor premio que he recibido hasta el momento y no necesito otro, porque no lo hay mejor ni más hermoso. Muchas gracias por ser mi punto de apoyo en los peores momentos.

4 comentarios en “Vacaciones: ¿A dónde vamos las infértiles?”

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