Querida amiga fértil…

Querida amiga fértil:

Quiero dedicarte estas líneas y decirte lo que mi excesiva prudencia me hace callar a menudo.

Sé que nos hemos ido distanciando. Yo no he puesto de mi parte para evitarlo y puede que incluso lo haya propiciado, puesto que soy consciente de que ahora vivo más feliz que antes, sin tener que justificar ante ti cada decisión que tomo sobre mi infertilidad.

Hace tiempo que te dije que mi marido y yo teníamos un problema para concebir. Y subrayo «mi marido y yo», porque jamás se te pasó por la imaginación que el problema no fuera exclusivamente mío. Te agradezco de corazón el interés que mostraste al principio y tu preocupación. Sé que la infertilidad no es un tema de conversación habitual y que seguramente no sabías qué decirme. Quizás por eso tiraste de tópicos y me aconsejaste relajarme para conseguir mi embarazo. Quiero explicarte que cuando mandas a alguien a relajarse, hay varias cosas que estás dando por sentadas. La primera, es que es la persona a la que te diriges quien tiene el problema. Jamás se te ha ocurrido la posibilidad de que fuera mi marido quien debía irse de vacaciones. La segunda cosa que dabas por cierta, es que la causa de mi infertilidad no es física, sino mental. Dicho de otra forma, y sin darte cuenta, cada vez que me dices que me relaje, me estás llamando tarada mental, y a la vez, me culpas de nuestro problema para concebir. Pero tranquila, amiga, que sé que no eres consciente de tus palabras.

En ocasiones, me decías que tenía que dejar de obsesionarme. Yo no me sentía obsesionada. Seguía siendo la misma, mantenía mis hobbies… y no pensaba habitualmente en quedarme embarazada. Por aquel entonces, era tan pardilla que ni siquiera llevaba las cuentas de cuándo tendría que bajarme la regla. Pero yo era feliz, aunque tuvieras una impresión diferente. Sí, tenía otros frentes abiertos: mi padre había fallecido, mi madre estaba recién operada de una enfermedad grave y mi suegra no me daba tregua. Pero te aseguro que de todas estas cosas, la última que ocupaba mi mente era la infertilidad. Siendo totalmente sincera, por entonces era mayor la presión que recibía de la sociedad para ser madre, que el deseo real de serlo. Sin embargo, el tiempo fue pasando y lo que parecía algo anecdótico empezó a preocuparme. Los meses sin ver un positivo, dieron paso a los años. Y tu repetías tu mantra: «No te obsesiones. Relajáte y vete de vacaciones y te quedarás cuando menos pienses en ello»

¿Pero cómo dejar de pensar en algo en lo que no piensas habitualmente? ¿Sería entonces que estaba nerviosa sin ser consciente de ello? Todo el mundo emitía su veredicto y me decía lo mismo. Eso, y que como estaba gordita tenía grasa en la matriz y los embriones resbalaban. No sabía yo hasta ese momento que era posible tener instalado un Guadalpark en el endometrio, pero a veces las abuelas ajenas nos abren los ojos a otras realidades cuasi-paranormales.

Entre tanta paranoia colectiva, me creí tu mensaje. Me creí enferma de unos nervios invisibles y asintómaticos que me «troleaban» mensualmente. Te creí, amiga mía. Y cuanto más te creía, mayor era mi agobio. Y ahí empezó mi calvario, porque entonces llegaron los nervios que antes no tenía. Cada día más nerviosa, sentía que si el mes pasado, que estaba más tranquila, no lo había conseguido, el mes presente no iba a ser el mes. Y no había nada que pudiera hacer entonces para relajarme, porque había caido en un círculo vicioso del que difícilmente era posible salir. Cuanto más trataba de olvidarme de todo, más vueltas le daba a que yo era la generadora de mi propia desgracia. Estaba impotente frente a una enfermedad invisible que no podía controlar. Fue ahí cuando empecé a sentirme culpable. Culpable de ser estéril, culpable de que mi madre no pudiera ser abuela ni mis suegros tampoco, de las oraciones nocturnas de mi sobrina por un primo… y sobre todo de que mi marido no pudiera ser padre. Y todo, porque me había infectado por una enfermedad imaginaria que ni existía ni era la causa de mi esterilidad.

Empecé a buscar información y acudí a mi ginecólogo. Todas las pruebas básicas salieron normales. Mi diagnóstico era: esterilidad de origen desconocido. Tú reafirmaste tu propio «diagnóstico», porque, aunque no hubieras estudiado medicina, tu «título», expedido por la Universidad de la Maternidad Perfecta, te daba la cualificación y experiencia necesaria para determinar que mi problema era psicológico. Había pasado, en tu imaginario, de histérica a loca. Aunque eso, al ser yo mujer, no debería de extrañarme. Lo que sí me extrañó es que tú, que fuiste ejemplo durante años para mí por tu ideología progresista y tu defensa del feminismo, fueras la primera en caer en ese tópico tan rancio y machista que culpa a las mujeres de todos los males por el simple hecho de existir, y que ni siquiera te plantearas si los argumentos que usabas no eran los mismos que se empleaban hace un siglo, cuando las carencias de la ciencia se suplían con curanderos y supersticiones.

Recuerdo que espacié las llamadas contigo. No porque uno de tus principales temas de conversación fueran tus hijos… me parecía muy bien que disfrutaras hablando de ellos, y a mí me gustaba preguntarte por tus niños porque me encantaba escuchar tu voz alegre cuando me contabas sus cosas. Pero cuando intentaba entrar en la conversación, te encargabas a menudo de señalarme mi falta de competencia para hablar sobre el tema por el hecho de no ser madre. Al parecer, había un «club de madres chachis» exclusivo, en el que tú habías podido entrar y yo no, y sólo las pertenecientes a éste podían hablar de ciertos temas, como la maternidad. Curioso que, sin embargo, yo nunca vetara que tu hablaras de la infertilidad aún cuando no pertenecías a mi «club de pringadas infértiles». Te llamaba sólo para hablar contigo, por el mero placer de conversar, pero tengo que confesarte que poco a poco fue desapareciendo el placer y apareciendo el dolor de sentirme incomprendida. Estoy segura de que siempre has actuado con la mejor intención, pero constantemente me hacías sentir inferior por no ser madre. Y así, anidó en mi mente la idea de que era una mujer incompleta, menos mujer. Aunque tú, conscientemente, no me vieras así.

Ese sentimiento de inferioridad, junto con el de culpa, no nacieron en mi mente de la nada. Lo fue poniendo ahí la sociedad arcaica. La misma que te educó en que la mejor manera de ayudar a una chica infértil es mandarla a irse de vacaciones. La misma que dice que la naturaleza es sabia. Tan sabia que, en ocasiones, le da hijos a las que no los quieren, ni los respetan ni los cuidan… y, en otras, priva de ellos a quienes los aman aún sin tenerlos.

Un día te conté que había acudido a una clínica. Recuerdo que en un primer momento te alegraste, pero luego te vinieron las reservas. Me lo planteaste tímidamente, porque tenías que cerciorarte de que sabía con lo que estaba jugando. Quisiste indagar en qué iba a pasar con mis embriones sobrantes, porque habías oido hablar de «manipulación genética» y de «destrucción de bebés»… y aquello te planteaba un dilema ético en el que seguro que yo no había pensado antes. Tuve que hablarte de la cantidad de embriones que había desechado mi cuerpo de forma natural hasta ese momento… aquellos que habían muerto igual, sin tener una miserable oportunidad. Pero no te convenció tampoco, porque qué sabre yo de lo que pasa en mi cuerpo… los que de verdad lo saben son los periodistas, los políticos, los guionistas, los tertulianos de sobremesa y los opinólogos de salón. Te comenté entonces que, si no pudiera donarlos, los mantendría congelados hasta darles una oportunidad. Ahí sí te convencí, porque aún no éramos conscientes ninguna de las dos de que más allá de los cuarenta años, seis de cada siete embriones no son viables y que difícilmente me iban a sobrar.

Después de aquello, hablamos un par de veces y me preguntaste qué tal iba mi tratamiento, pero todas las noticias que te di eran malas. Y tú, como el resto de mi amigas fértiles, tienes un aguante. Tantas malas noticias de golpe son difíciles de asimilar. Las frases hechas se acaban y se empieza a ser consciente de que en las clínicas de reproducción asistida no recetan Valium ni Tranquimazin… y de que a lo mejor, esos títulos expedidos por la Universidad de la Maternidad Perfecta, no tienen validez cuando sales fuera de tu casa.

Hace unos meses, tuve una pérdida. Hubiera querido llamarte y hablarlo contigo, pero recordé que otros amigos fértiles me habían dado la enhorabuena por haber tenido un aborto (después de once años de negativos, un aborto es lo más chachi del mundo porque estás más cerca. Si has perdido a tu hijo, no importa, porque era muy pequeño e insignificante. Y ya sabemos que esas pérdidas no computan mientras que a uno no le toquen de cerca). Ahí me di cuenta de que quizás tu visión podía ser como la de estos amigos. Y reconozco que me pudo el miedo a la incomprensión, y no te llamé. Quizás también porque en estos años me he dado cuenta de que minimizar el dolor ajeno es algo muy común en nuestros días. Vivimos en la era del postureo. Todo el mundo debe tener una vida perfecta y una preciosa ventana para enseñársela al mundo. Y da igual como de mierda sea en realidad tu vida, lo importante es que presentes una sonrisa en la cara constantemente como muestra de esa perfección sublime. Y no la borres más de 5 minutos, porque la sociedad no te permite el derecho a sufrir, padecer o estar triste. Si se te murió tu padre, te dirán que ya había vivido bastante, y si fue tu hijo, que no puedes llorar porque casi no lo conociste. Siempre la respuesta adecuada que desprecia el dolor ajeno, porque el dolor molesta, amarga, estorba… y, al final, es mejor pintarse una sonrisa falsa que reconforte al prójimo, no sea que tenga que preocuparse por alguien que no sea él mismo.

Hace casi dos años que no hemos vuelto a hablar ni a vernos. No quiero pensar que en este tiempo hayas caído en otro tópico más… el que dice que las infértiles vivimos tan obsesionadas y tan amargadas que, cada vez que vemos un niño nos entran unas ganas irrefrenables de robarlo. Por si alguna vez sintieras que podría haberme transformado, como Dr. Jeckyll y Mr. Hyde, en una infertil robaniños, quiero quitarte esa preocupación, porque yo tan sólo quiero a los míos. Y los quiero, entre otras cosas, para poder educarles en que la infertilidad es una enfermedad física que afecta a hombres y mujeres en igual medida (no es un problema exclusivamente femenino ni está causada por el histerismo); que habitualmente enmascara otra enfermedad que es la causante de todo (y que lo mejor es buscarla y no irse de vacaciones, no sea que la sorpresa te salga unos años después y tenga mala solución); que la infertilidad no convierte a las personas en seres inferiores, incapaces de pensar por sí mismos; que hay que respetar el dolor de los demás y comprenderlo como un camino necesario para la superación de la pérdida y jamás menospreciarlo; y, por supuesto, que esas mujeres que van robando niños ajenos son enfermas mentales, puedan o no tener hijos. Porque no hay mayor injusticia que generalizar sobre un colectivo el caso aislado, anecdótico, truculento y morboso que haga parecer delincuentes taradas a todas las infértiles.

Puede que sea una idealista, pero pienso que si educo a mi hijo en el respeto al resto de las personas, en la empatía hacia los demás, en no excluir ni menospreciar a nadie y en el interés por la ciencia y no por los rituales chamánicos, quizás, dentro de unos años podamos vivir en un mundo mejor, con una sociedad más avanzada y abierta que deje de poner etiquetas injustas que prejuzgan a las personas por el simple hecho de tener una enfermedad y además ser mujeres. Porque luego, amiga mía, se nos llena la boca de feminismo y de igualdad a la vez que vomitamos clasismo y machismo con total impunidad. La impunidad que da el verse respaldada por la opinión desinformada de la mayoría de la sociedad.

Querida amiga, no te guardo rencor ni te culpo de nada, porque sé que tan sólo has asumido como cierto lo que has escuchado repetir toda tu vida. Pero sí te responsabilizo de predicar las mismas tonterías anticuadas que decían nuestros abuelos hace 50 años y de no informarte antes de dar soluciones rápidas preconfiguradas sobre algo que desconoces completamente. En definitiva, de no hacer nada para ayudar a las mujeres como nosotras a desprenderse del estigma que supone la infertilidad cuando viene empapada del machismo y paternalismo más rancio e injusto. Tan sólo espero, que si algún día llegan a ti estas lineas, reflexiones y hagas el esfuerzo de mirar más allá de tus prejuicios, porque cuando te llamo lo único que quiero es tu comprensión, tu cariño y tu apoyo. Y quién sabe… quizás algún día me atreva de nuevo a contarte mis problemas sin miedo a que me juzgues o cuestiones mis decisiones. Ojalá llegue pronto ese momento porque, pese a todo, amiga mía, te quiero.

Tu amiga,

Eva

6 comentarios en “Querida amiga fértil…”

  1. No puedo más que darte la razón. No he leído la entrevista, pero no sería la primera vez que escuchamos ese tipo de barbaridades. Hay que entender que médicos y pacientes formamos un equipo, donde ellos ponen la ciencia y nosotras nuestra salud, dinero, tiempo, ganas, esfuerzo, ilusión… Culpar a la mujer del fracaso del tratamiento por su supuesta tristeza es la forma más ruin de escurrir el bulto. Con cada negativo, un buen ginecólogo, debería de tener un cierto sentimiento de responsabilidad y una motivación extra para encontrar la causa del problema. Culpar a la mujer, que ya está sufriendo de por sí, me parece bajuno e increíblemente cruel.
    Está claro que este tipo de declaraciones públicas no ayudan en nada. Ojalá reflexionen un poquito sobre el daño que hacen.
    Un abrazo muy grande, bonita 💖💖🤗🤗😘😘

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  2. Es decepcionante que alguien conocido diga esas cosas, por la falta de empatía y de información, pero siempre podemos pensar que no lo tienen muy elaborado, que la psicología de andar por casa y el boom del pensamiento positivo han hecho mucho daño y no darles más credibilidad. Pero lo que es denunciable es que los profesionales encargados de gestionar nuestra infertilidad recurran a estos tópicos….Hoy ha salido en Facebook una publicación en la que se cita a una afamada ginecóloga, que atribuye el mérito de quedarse embarazada al deseo de la chica. No que su deseo se traduzca en no desistir y hacerse 15 transferencias, no, sino que más bien suena a esas cosas de la conspiración del universo. Y la propia afamada ginecóloga dice barbaridades aún mayores, como atribuir los negativos a la tristeza. Visto así, ¿qué le vamos a pedir a nuestros conocidos, que igual dejaron la biología en 1 de bup?

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    1. Gracias a ti, preciosa ❤️ Y, sí, ojalá llegara a tod@s nuestr@s amig@s y familiares… aunque me temo que no soy ninguna influencer 😅 Un abrazo enorme, cariño 🤗😘

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    2. Cada día es una lucha no solo por el tema físico que nos afecta durante este proceso sino sobretodo por la parte emocional, si fuera tan sencillo conseguir hacernos padres cuando tenemos un tema médico puntual… Hay que ponerse en los zapatos de quien padece este proceso o al menos ser más empáticos , Que doloroso es escuchar no solo de la amiga estas cosas sino hasta de la familia que no lo hace de maldad pero sin querer daña…

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    3. Cuánta razón tienes! Es un camino cuesta arriba, sobre todo, a nivel emocional. Los comentarios negativos nos van colocando piedrecitas en ese camino… y cuando los comentarios son de la familia, aún es más doloroso. Te abrazo muy fuerte, compañera. Ojalá, poco a poco, consigamos un poco de comprensión en nuestro entorno 💖💖🤗🤗😘😘

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